Como les refería en mi primera anécdota, el curar las muestras tenía su premio; es decir, que el contratista al que se le habían curado las muestras te iba a invitar alguna cosa o te iba hacer tomar unos tragos. En este caso, se trataba de la cuadrilla del Pucalo, un cochabambino, él nos invitó a pasar después de la medición –como era costumbre cada fin de mes– se medía el avance de las cuadrillas en contrato para de esa manera cubicar los avances y proceder a pagar de acuerdo al avance, la empresa pagaba una especie de trabajo a destajo, entonces esta cuadrilla de contrato a la cabeza del Pucalo nos invitó a Uncía a brindar con unas cuantas chichas. De esa manera, mi jefe dice «bueno, no podemos ir con las manos vacías, hay que ver cómo vamos a llegar allá» entonces proceden a ‘juquear’, como buenos muestreros conocían dónde estaban las mejores vetas, entonces se trasladaron los diestros y empezaron a sacar mineral, alistaron todo y mi jefe dice «todos van a llevar, yo también, el único que no va a llevar es el camba porque él todavía no sabe cómo se acomodan estas cosas». La salida era por Uncía, nosotros teníamos las lámparas de la bocamina de Siglo XX, salimos por Uncía y al llegar a la puerta del socavón Patiño, en esos días habían agarrado a varios compañeros que estaban juqueando mineral, el juqueo era moneda corriente, muchos trabajadores hacían este tipo de cosas, el robo de mineral. Entonces el sereno que estaba en la puerta -un compañero de quien nunca supe su nombre, le decían el tuerto– era tuerto de un ojo, se acercó y dijo «¿de dónde vienes ustedes?», –somos de Siglo XX respondimos, ¿y a dónde están yendo?, los que vienen por estos lados y son de Siglo XX son jucus.
«Cómo vas hablar así», le dice mi jefe, «aquí estamos con el ingeniero, estamos viniendo de la sección geología, tenemos que hacer un muestreo allá en el desmonte» y me presenta a mí como el ‘ingeniero’, me mira el tuerto y me dice «vas a disculpar ingeniero, pasen no más», de esa manera pasamos tranquilos con los cargamentos que llevaban los compañeros amarrados al cuerpo en servilleta, los cargamentos de mineral que habían juqueado.
Una vez que llegamos a Uncía, ellos conocían perfectamente donde estaban los ‘rescatiris’ que eran los que compraban el mineral robado, entonces de ahí vino el encuentro con el Pucalo en la plaza, con el juqueo ya realizado ya había platita con qué entrar a la chichería. Resulta que al Pucalo había hecho cerrar la chichería. La chichería era de una señora punateña que ya tenía tiempo de vivir en Uncía y tenía dos hijas bonitas. Esta señora era su amante del Pucalo que era el cabecilla de la cuadrilla que nos había invitado. Inmediatamente nos caímos bien con una de las hijas de la señora esa, doña Pacesa se llamaba. Entonces nos quedamos a beber desde el sábado hasta el lunes, gran problema para la Nelly que me anduvo buscando en hospitales pensando que me había accidentado, fueron al cuartel de Uncía, fueron a la policía, etc., y yo no aparecía. Aparecí el día lunes, por suerte mi amigo Padilla que era lamparero en el socavón Patiño me cargó la lámpara para volver a entrar a la mina el día lunes. De esa manera pasamos una fiesta interminable, desde el sábado hasta el lunes, en la chichería de doña Pacesa. Esta es una de las primeras anécdotas que les podría contar de mis pasajes por Siglo XX.